Y es que Rayados es justo campeón del Torneo Apertura 2010.
Entre Monterrey y Guerreros la diferencia es un técnico y dos delanteros. Vucetich se paró con garbo y esteticismo en Torreón, y con disciplina y contundencia en el Tecnológico.
Y mientras Christian Benítez y Darwin Quintero pasaron desapercibidos en el duelo de vuelta de la Final, Rayados recargó su juego en Humberto Suazo y Aldo de Nigris, dos delanteros que se conocen como un viejo y maduro matrimonio. Lo mismo en corto, que a lo largo del campo, a velocidad o drible, el ritmo, casi musical, que manejan, su toma de pulso es maquinal y exacta.
Por eso cuando Santos y Romano decidieron aguantar en el primer tiempo. Rayados se fue como feroz marabunta en tierra africana y no dejó ni un hueso de su víctima de recuerdo.
El balón tuvo un dueño casi los 90 minutos. Apenas iniciado el encuentro, Suazo estrelló un balón en el travesaño advirtiendo lo que se le venía a los Guerreros encima, pero no hubo manera de pararlo.
A los 29 minutos, tras una larga jugada y una estupenda combinación con De Nigris, el chileno empató el marcador global a tres goles y ya no había vuelta de hoja. Un timorato Santos debió abrirse para buscar el partido y Rayados lo despedazó.
Tuvo el control total del primer lapso y el balón fue de su completo dominio.
De Nigris y Suazo siguieron armando su historia.
Del otro lado, Christian Benítez y Darwin Quintero no aprovecharon las suyas, al menos contaron con una muy clara del ecuatoriano tras un regalo de Davino que el delantero no supo aprovechar.
El juego envolvente de Rayados se fue con poco recompensa al descanso y aunque Romano intentó modificar la idea y las intenciones de sus muchachos, el partido ya se le había ido de las manos.
Sólo tuvo unos minutos del encuentro el balón en los botines, pero no supo hacer daño, Basanta, Davino, Sergio Pérez, Paredes, Ayoví, se volvieron una muralla en confianza y futbol.
Y entonces la puntilla, Basanta se levantó en un tiro de esquina a los 72' y con un sólido cabezazo puso el 2-0. Suficiente castigo, título en mano.
Pero Suazo, siempre protagonista y mortal, con ganas de que le vean, de ser leyenda, hizo la obra de la Final: se quitó tres hombres y elevó el balón a la salida de Oswaldo.